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Entrena tu paciencia

  • publicado por admin
  • Fecha 21 de septiembre de 2020
  • Comentarios 0 Comentarios

Hola, Susana.

Aquí estoy de nuevo, con la esperanza de que te estén siendo útiles mis consejos. Los comparto con la intención de ayudarte a transitar tu viaje, al mismo tiempo que soy consciente de que no son los únicos ni los mejores sino tan solo los míos, destilados de mi propia experiencia. Así que no te frenen estos de improvisar nuevas rutas, de entrenar otros músculos además de los que te recomiendo. Ya sabes que experimentar lo es todo. Y tal vez te aguarden mejores resultados y más sustanciosos secretos que los que yo fui capaz de descubrir. Si así fuera, espero que los compartas conmigo un día pues, como te podrás imaginar, aprender sigue siendo una de mis pasiones.

Este que a continuación te ofrezco es uno de los ingredientes que más repercusión tuvo en la calidad de mis días, así como en la de Facundo.

Quiero aquí resaltar el sustantivo determinación, pues no conozco ningún otra palabra que exprese mejor lo que encierra esta importante virtud.

Hasta que no llegué a la etapa de mi vida en la que tú te encuentras ahora, yo siempre había dado por hecho que la paciencia era uno de mis dones. Y, cómo no, hubo de ser Facundo el que me mostrara lo lejos que esta cualidad

Paciencia es la capacidad que posee una persona para no perder la calma ante una determinada situación. Implica una gran dosis de autocontrol y autodominio de las emociones, así como la habilidad de saber ver en cada situación más allá de las meras circunstancias. En definitiva, requiere mucha inteligencia emocional.

Como a estas alturas tú bien sabes, Facundo va a poner a prueba tu capacidad para no alterarte numerosas veces al día.

¿Cuántas veces te ha apagado el router dejándote sin conexión a internet en mitad de una conferencia de trabajo, habiéndole advertido en innumerables ocasiones de que no lo hiciera?

¿En cuantos paseos te ha hecho volverte apresuradamente a casa porque tenía la urgencia de ir al baño tan solo a los diez minutos de pisar la calle y tras haberte prometido solemne- mente al salir que no lo necesitaba?

¿Te acuerdas del día que te llamaron para ofrecerte tu actual puesto de trabajo? ¡Pero cómo no te vas a acordar, si ni más ni menos que cuando estabas negociando tu sueldo Fa- cundo descolgó el teléfono desde la cocina y se puso a entonar Clavelitos a pleno pulmón!

¿Cuántas veces has perdido el control y has acabado elevando considerablemente tu voz, y con los músculos tensos de tu cara le has recriminado crispada que dejara de una vez por todas de abrir la puerta de tu habitación sin previo aviso, no fuera a ser que estuvieras en mitad de una videollamada por internet?

«Venía a ver qué tal todo por aquí, nana. Que me ha dicho tu madre que habías venido a vernos» —te habrá contestado él, con tal inocencia en su cara que al instante te habrás arrepentido de tu reacción, sintiéndote la persona más cruel que habita en este planeta.

Así de intenso es el alzhéimer, y esta es tan solo una de sus múltiples facetas. No es fácil, desde luego, pero si te mantienes atenta, si de verdad estás determinada a hacer las cosas cada día un poquito mejor, te darás cuenta de que esta enfermedad te ofrece infinitas oportunidades para entrenar tu paciencia.

Así que ¡aprovéchalas! Porque al igual que cualquier otro músculo, su desarrollo es cuestión de práctica. Y ocasiones para practicar no te van a faltar, ya te lo digo yo. Tu padre se encargará de ello.

Ahora te invito a que reflexiones un poco y recapacites: ¿quién de los dos está en realidad comportándose de manera ilógica, Facundo o tú?

Cuando Facundo abre sin avisar la puerta de tu habitación para ver cómo estás y darte un beso —pueden ser veinte ve- ces al día— y tú te vas enfadando hasta el punto de perder los nervios y le reprochas enfurecida el haberse olvidado de que tenías una importante reunión de cuatro a seis, ¿con quién de los dos crees que hay que tener más paciencia?

Sin duda contigo, Susana. Pues Facundo tan solo está sien- do coherente con su enfermedad, actuando de acuerdo con los síntomas con los que esta se expresa. Y tú vas y te enfadas por ello, simplemente porque no se comporta como una persona sin alzhéimer. ¿Quién de los dos no ha aceptado todavía las reglas del juego?

Ya sé que no es fácil, que además vivir en el siglo de lo inmediato, de las redes sociales y de la atención dispersa lo complica todo un poco más. Pues hemos acelerado colectiva- mente el ritmo al que se desenvuelven nuestros días. El parar nos irrita, el enfocarnos nos cuesta y el esperar nos desespera.

Organizamos nuestras semanas con un sinfín de actividades, planificamos con anticipadas listas nuestros días de ocio, como si el no hacer nada y dedicarnos simplemente a pasar el tiempo fuera un pecado, una manera triste de malgastar nuestra vida.

Este es el contexto en el que el número de personas afectadas por el alzhéimer y otras demencias se va incrementando año a año, mientras que una de las primeras funciones cerebrales que la enfermedad se lleva es precisamente esta, la capacidad para planificar y organizar. ¿No te parece irónico, Susana?

Como si el orden universal, que canta siempre al compás del equilibrio, viendo que la balanza de la humanidad se ha inclinado desproporcionadamente del lado del «hacer», no hubiera encontrado mejor forma de restablecer la armonía que invitar a parte de sus seres a posicionarse firmemente en el «estar».

Personas como Facundo nos empujan regularmente a salir de nuestro universo de acción y desplazarnos por esa balanza hasta encontrarnos con ellos en el lado del estar y, al hacerlo, nos están ofreciendo el inmensurable regalo de poder reequilibrarnos, y de que no lleguemos a perder del todo el contacto con quien verdaderamente somos.

La impaciencia no es más que tu resistencia a parar, Susana, a dibujar un paréntesis en tu compulsivo hacer y planificar, para simplemente adentrarte en él y entregarte a bailar al ritmo de Facundo. En este espacio, donde parece que se detiene el tiempo, él será quien marque las horas con la cadencia de sus palmas.

Prueba a encontrarte con Facundo allí donde él está

Prueba a hacerlo, Susana. Prueba sin expectativas a devolver afectuosa el saludo a Facundo cada vez que entre de improviso en tu oficina para saludarte, como si en verdad acabaras de llegar e hiciera mucho que no os veíais. Siente tú también la enorme alegría que a él le da verte, abandónate a su beso y bésale tú, saboreando cada detalle de tan especial encuentro.

¿A que sienta bien la inyección de cariño? ¡Pues imagínate así veinte veces!

¿A que lejos de entorpecerte tus jornadas laborales te insufla una alegría que después habrá de reflejarse en la calidad de tu trabajo?

¿No crees que tiene mucha suerte Facundo de experimentar cada encuentro con la misma intensidad del primero?

¿Te das cuenta de las generosas dosis de cariño que mutua- mente cada día os estáis regalando?

Pon a raya a tu mente

Usa tu determinación, Susana, para poner a raya tu mente cada vez que intente hacerte creer que no tienes tiempo que perder, que pretender saludar a Facundo veinte veces como si cada vez fuera la primera es de locos y no de cuerdos, y otro sinfín de hábiles estrategias más.

Sus consejos no son sino fruto de su alocada inercia, de su irracional resistencia a frenar. En otras palabras, nacen del miedo y no del amor. ¿No crees que sería patético apropiarte de ellos?

Encuéntrate con Facundo allí donde este habita, en el estar. Tú eres de los dos la única que puede moverse con libertad por ambos brazos de la balanza. ¿No te parece de locos pretender que sea él quien haya de cruzar al otro lado, pedirle que vuelva al país del hacer y planificar, para encontrarse contigo, cuando hace ya mucho tiempo que salió de allí exiliado?

Con imaginación, calma y determinación, Facundo y tú iréis aumentando la frecuencia de vuestros encuentros, y una especial y sólida amistad se irá forjando en cada uno de ellos.

Estás a punto de descubrir en qué consiste la verdadera conexión entre dos seres humanos, Susana, y verás que esta va mucho más allá de la relación entre un padre y una hija.

Para que te rías un poco y darte a probar un aperitivo de lo que vivirás en esos encuentros, te adelanto la que será una de vuestras conversaciones preferidas y más habituales durante el último año que Facundo estará contigo en este mundo.

—Papá, tengo que confesarte una cosa— comenzarás tú en tono misterioso.

—¿Cuál? —responderá con expresión alerta y solemne Facundo.

—¿Sabes que tengo novio? —le confesarás.

—¡No me digas! —reaccionará él, los ojos abiertos como platos ofreciéndote toda su atención.

—Sí, ¿y sabes cómo se llama?—preguntarás manteniendo el suspense.

—¿Cómo? —querrá saber, curioso, él.

—Juan Cruz —revelarás—. ¿Qué quieres que le diga de tu parte? —continuarás.

—¡Que es más feo que un pie! —te dirá pícaro él, para a continuación romper a reír traviesamente a la vez que te cogerá la barbilla con su mano para hacerte saber lo maravilloso de la noticia.

Momentos como este, así como otros muchos y muy varia- dos, os mantendrán conectados más allá de las barreras de la enfermedad, del hacer y de la lógica, momentos donde no habrá espacio para la pena ni la preocupación, sino tan solo para el goce y el disfrute de esos dos corazones que, sincronizados, se encuentran.

Prefiero dejar esta carta aquí y no darte más detalles futuros para no robarte así la intensidad del momento.

Así que, Susana, recuerda que es más fuerte el paciente que el activo y entrena con determinación tu paciencia.

 

Susana García Pinto.

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Hola, Susana.
 Sé que lo que en esta carta voy a decirte te va a sorprender, que incluso te provoque un incómodo respingo al leerla. Pero dado que yo ya …

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